LA CONJURACIÓN DE CATILINA

En el año 63 a.C., Lucio Sergio Catilina, un patricio venido a menos, organizó un complot para hacerse con el poder en Roma. Había planeado asesinar a los cónsules electos, pero uno de ellos, Cicerón, le denunció ante el Senado y ordenó perseguirlo hasta la muerte.

Lucio Sergio Catilina fue uno de los personajes más odiados y admirados de la historia de Roma. Su ansia por alcanzar las más altas dignidades de la República romana le llevó, en el año 63 a.C., a organizar una conspiración que incluía el asesinato de los dos cónsules electos.

Uno de ellos, Cicerón, le denunció ante el Senado, pero Catilina decidió no rendirse y luchó hasta su muerte.

Catilina fue un típico representante del agitado ambiente que reinaba en Roma durante su juventud, saturado de luchas intestinas, matanzas, robos y discordias civiles. Miembro de la antigua aristocracia, en un principio militó en el bando de los 'optimates', -que eran partidarios de la preservación de las viejas costumbres-, y tuvo una participación destacada en las proscripciones de Sila.

Derrotado dos veces en las elecciones consulares -la segunda como representante de los 'populares'-, Catilina decidió alcanzar el poder mediante una audaz conjuración. Según los relatos de Salustio y Cicerón, Catilina orquestó un levantamiento simultáneo en varios lugares de Italia, que contó con el apoyo de jóvenes y nobles que veían, asimismo, sus intereses frustrados. Además, le secundaron muchos campesinos arruinados tras las reformas agrarias emprendidas por Sila y, ya en menor medida, una plebe urbana que vivía sumida en la miseria. Salustio refiere que Catilina obligó a sus cómplices a beber sangre humana mezclada con vino como muestra de fidelidad a su persona.

Sin embargo, la conjuración tuvo un mal comienzo, puesto que fue descubierta y traicionada incluso antes de que pudiera producirse. Cicerón logró esquivar hábilmente a los asesinos enviados a su casa para acabar con su vida e inmediatamente convocó una sesión extraordinaria del Senado, donde puso en evidencia la inminente traición de Catilina en un célebre discurso.

Tras apresar a los conjurados en la ciudad de Roma, el Senado los condenó a perecer estrangulados, con la oposición de Julio César, partidario de la prisión perpetua. Catilina, tras conocer la ejecución de sus cómplices, instó a sus hombres a luchar y morir por su patria, su libertad y su vida, escogiendo la muerte antes que la rendición.

La batalla fue cruenta y los que se sabían perdidos no pusieron fácil la victoria a los vencedores. Catilina peleó hasta el final de sus fuerzas y de su propia vida.

 Hay quienes han querido ver en él a un revolucionario que pretendía hacer caer un sistema político que favorecía sólo a unos pocos, pero seguramente no fue más ambicioso o cruel que otros personajes contemporáneos, en unos tiempos en que Roma vivía en un estado permanente de convulsión.

Fuente: History National Geographic

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